Mario Vargas Llosa no se amilana a la hora de las críticas aunque ellas contradigan la esencia de lo que quiera defender. El peruano ha tenido momentos más que distinguidos en su obra literaria desde el boom latinoamericano hasta hace unos años, candidatura presidencial fallida de por medio. Son recomendables – y toda recomendación es subjetiva - algunas novelas suyas como Pantaleón y las visitadoras, La ciudad y los Perros y las disgregadas andanzas de Lituma. Sin embargo no incluiría en sus logros más que algún breve capítulo de su obra ensayística que acaso encuentre, dado que Vargas Llosa no se contiene ante la actualidad política y cumple con los diarios que pagan por sus columnas.
En el transcurso de 2007 y por abrumadora mayoría con apenas dos o tres abstenciones, el Parlamento Europeo declaró como delito penalizable el hecho de negar el holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial. Después de reafirmar lo ocurrido en los años 40 como “aberrante”, Vargas Llosa despliega sus críticas hablando de la existencia de un riesgo muy grande para la libertad intelectual – para la cultura – y para la libertad política en reconocer a los gobiernos o parlamentos la facultad de determinar la verdad histórica, castigando como delincuentes a quienes se atrevan a impugnarla. Por más que tengan un limpio origen democrático, como es el caso del Parlamento Europeo, quienes detentan el poder político no están en condiciones de decidir con la objetividad, el rigor científico y el desapasionamiento moral que exige un quehacer intelectual responsable, la naturaleza y el significado de los hechos que conforman la historia. Porque en manos de los políticos, la historia deja de ser una disciplina académica, una ciencia, y se convierte en un instrumento de lucha política, para ganar puntos contra el adversario o promover la propia imagen... Democrático o autoritario, el poder funciona siempre dentro de unas coordenadas en las que las razones de actualidad, patriotismo, oportunidad, ideología o fe ofuscan a menudo el juicio y pueden desnaturalizar la verdad... Una sociedad democrática que cree en la libertad no debe poner limitaciones para las ideas, ni siquiera para las más absurdas y aberrantes... El precedente establecido por el Parlamento Europeo podría alentar a tantos políticos y politicastros ávidos de popularidad, amparados en este ejemplo, a promover en sus propios ámbitos la dación de leyes equivalentes defendiendo verdades menos evidentes que el Holocausto y, a veces, no verdades sino esas mentiras que el patriotismo, la fe o la ideología quieren hacer pasar por verdades... Por lo demás, ya sabemos que, a menudo, las cosas suelen ser según el cristal con que se las mira. Las verdades históricas son, en muchos casos, relativas y admiten interpretaciones o relativizaciones dentro de contextos variados. No niego que existan una verdad y una mentira, sino que la frontera que las separa pueda ser establecida por el poder político de una sociedad libre. Precisamente, lo que diferencia a ésta de una que no lo es, es que en su sociedad abierta las verdades establecidas están siempre sometidas al escrutinio y la crítica, para ser confirmadas, matizadas, perfeccionadas o rectificadas por la libre investigación... La imposición de una verdad histórica desde el poder sienta un peligroso antecedente y podría justificar futuros recortes de la libertad intelectual... Pero ni siquiera las sociedades libres están exoneradas de haber amparado en su seno errores y falsedades históricas garrafales. Para corregirlas no hay otra fórmula que mantener abierta a todos los ciudadanos la libre expresión del pensamiento, estimulando el debate y la discrepancia, y la existencia de las verdades contradictorias, como las llamaba Isaiah Berlin.
Vargas Llosa manifiesta una lógica preocupación, menos por la declaración pronunciada que por las posibles declaraciones futuras que, según su visión, pueden dañar o erosionar la libertad de las sociedades tan nombrada en sus artículos. Si una sociedad democrática que cree en la libertad no debe poner limitaciones para las ideas, ¿qué democracia y que libertad está defendiendo el escritor?