Felices los niños. no comentarios

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Según los catecismos clásicos, el limbo de los niños era el lugar al que iban a parar quienes morían sin uso de razón y sin haber sido bautizados. Un lugar sin tormento ni gloria. El castigo consistía en vivir en una tercera clase de cavidad distinta del cielo y el infierno, en el que las almas cándidas, además de estar privadas de gloria, sufrirían la condenación de la ausencia de quienes habían tenido la fortuna de salvarse: padres, hermanos y familia. La doctrina que coloca en el limbo a los niños muertos sin haber cometido pecado, pero con la culpa del pecado original no lavada por el bautismo, es de origen medieval y hermana de la idea de que fuera de la Iglesia romana no existe salvación.La decisión de cerrar el limbo la impulsó el papa Juan Pablo II encargando el asunto a una Comisión Teológica Internacional liderada por el hoy papa Ratzinger, Benedicto XVI. La encomienda tenía su relevancia porque no era sólo liquidar la idea de cielo o infierno como lugares concretos en el firmamento, sino un repaso en toda regla a las tesis clásicas sobre el pecado original. En esta revisión cartográfica, el 19 de abril de 2007 Ratzinger solucionó uno de los vacíos creados por su antecesor. Tras la eliminación del limbo, a los padres creyentes les preocupaba la situación de los niños muertos no bautizados. La vuelta al paraíso es la solución apuntada. La Comisión presidida por Joseph Ratzinger hasta su elección como Papa, publicó un documento teológico, que no constituye magisterio pero se emite con la autoridad del Vaticano, que subraya que la existencia del limbo de los niños no es una verdad dogmática, sino solamente una hipótesis teológica, entre otras. El documento considera, como otros muchos en la historia de la Iglesia Católica, un misterio el destino preciso de los niños sin bautizar, expresando la esperanza de encontrar en el futuro una solución teológica que permita creer en su salvación: “Todos los factores que hemos considerado […] dan serias bases teológicas y litúrgicas a la esperanza de que los niños muertos sin bautismo estén salvos y gocen de la visión beatífica”.Desde san Agustín al Vaticano II la Iglesia de Roma había sostenido la visión clásica del hombre en pecado desde que Eva y la serpiente liaron a Adán para comerse juntos una manzana. La escatología cristiana posterior al Vaticano II sostiene que fue introducido por san Agustín, al extender a todos los hombres la culpa por aquel pecado original -sucedido en un paraíso que la ciencia tampoco pudo encontrar-, lo que hizo fue una mala traducción de una de las epístolas de san Pablo.

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